¡Madre mía! Un mes sin escribir por aquí. Y menudo mes más extraño y apático.
Imagino que andaríais todos muy ansiosos por leer una entrada nueva y yo sin publicar nada. Bueno, ¡Al turrón!
Imagino que andaríais todos muy ansiosos por leer una entrada nueva y yo sin publicar nada. Bueno, ¡Al turrón!
No había cumplido los diez años de vida en este planeta, cuando ya perdí la primera. La caza tiene ese... que sé yo, y ahí que me introduje yo entre el cañón de una escopeta y la liebre. Los perdigones silbaron y me peinaron a raya (por aquel entonces aún me peinaba) y me hicieron prometer y cumplí que no se contaría. Supongo que a estas alturas mi madre no entra en este blog, así que puedo seguir cumpliendo aquella promesa grabada a pólvora.
Todavía me peinaba cuando llegó la segunda. Aquel coche planchó mi guitarra en mi pierna y mi cabeza volvió a peinarse a raya, esta vez con el cristal del coche y después con el asfalto y las ruedas del coche de atrás.
Entre unas y otras, hubo buenas y severas llamadas de atención. Sin embargo, yo tengo ese gran don de no hacer caso nunca.
El caso es que seguí sin hacer caso a nadie ni a la naturaleza, que ya con cierta edad me decía que no me fuera por las ramas, otro gran defecto de mi carácter. Así que ahí me andaba yo, solo en una tarde de navidades, trabajando y cortando las puntas de un seto de ciprés sin nadie que pudiera admirar, aplaudir o recriminar mis dotes de trapecista. Con mis pies en el último peldaño de una escalera abierta completamente y apoyada en en la parte más endeble del seto, medio cuerpo por encima del ciprés y mis manos empuñando un cortasetos de gasolina de 8 kilos de peso. Un movimiento en falso y la escalera quedó con un solo apoyo sujeta al suelo, el seto cedió y como si de un gato se tratase salté hasta el suelo. cuatro metros de salto fueron suficientes para demoler mis rodillas a cambio de no matarme una vez más. Se puede vivir sin meniscos, lo puedo demostrar. Pero creo que sin vida o sin cabeza, no se puede vivir.
La cuarta, fue de nuevo en la nuca y contra la acera. Quizá la más suave o menos terrible. Y es que abusar del alcohol y tratar de levantar a tu amiga tiene esos riesgos que de haber sido letal, habría sido jocosa la esquela en el periódico. Aquella fue con nocturnidad, alevosía y la pandilla de público. Perdí durante unos minutos el conocimiento. El poco que ya tenía o tuve.
Haciendo recuento, veo que son muchas las que no merecen ser relatadas o puestas en lista, pero no menos curiosas en lo que a la futilidad de la vida se refiere. Poniendo a trabajar mi memoria, recuerdo no hace muchos años, la decisión de que no entrara yo a realizar un trabajo en un espacio confinado y que entrara otro trabajador de otra empresa. La casualidad quiso que aquel trabajo que habitualmente debía hacer yo y mis compañeros, lo realizara otra persona que no salió con vida de allí. Espero que aquella decisión de última hora no compute en la lista.
La quinta fue hace tan poco tiempo que todavía me duele todo. Y es que intentar hacer lo que hacías con una bici a los trece años con casi cincuenta, tiene sus riesgos. No sé por qué razón pensé que esos que se tiran loma abajo con bicis caras y equipo completo de casco y protecciones no tienen nada que yo pueda envidiar. Así que me tiré, no loma sino barranco abajo con desnivel del casi cien por cien. Ya Vero, quien tiene más estima a la vida que yo y capacidad de raciocinio (no como yo), me avisó de que aquella bajada no era un riesgo. Era un suicidio. Pero yo, envalentonado cómo si de una nueva hazaña de Alonso Quijano se tratara, desoí el consejo de mi fiel escudera y me tiré. Llegué, me tiré y fue ella quien tuvo que bajar a recogerme, darme palmadas hasta que recobré la consciencia y llevarme malherido a casa.
Total que así, malherido y sumamente dolorido por todas las partes de mi cuerpo, pues meses después todavía se mantienen algunos de esos dolores , llega el día en que me mandan a cortar otro seto de cinco metros de altura con tan solo un adolescente como ayuda. Al menos esta vez no estaba sólo. Subí, corté y mi adolescente ayudante metió una de las patas del andamio en un agujero. Aún resuena en mi cabeza el grito que el chico dio intentando sujetar el andamio conmigo arriba, cosa imposible cuando el peso y la gravedad son enormes para el cuerpecillo de un chico tan joven. La caída fue de espaldas con la mala suerte de de que mi nuca dio directamente con el bordillo. Yo me levanté aturdido pues sabía que quedarme en el suelo descansando solo podría generarle un infarto a mi ayudante, así que me hice el valiente y me levanté deprisa y me puse a recoger las herramientas. En ese momento y por las prisas de que el chico no pensara que me había matado, no me dí cuenta de que llevaba la nuca abierta, la camiseta cubierta de sangre y la suerte otra vez de mi lado, pues imagino que sería la hora de descanso de San Pedro.
Y así, y como si nada, ya voy por mi sexta vez que no muero. Si digo que a partir de ésta voy a tener cuidado, es mentir, pues mientras no esté enterrado siempre quedarán otras oportunidades o quizá ya solo una. Seguramente, miraré al cruzar, no me tiraré barranco abajo ni intentaré levantar a amigos ni yendo borracho ni sobrio. Pero el ciprés tiene la mala costumbre de crecer y debe ser cortado una o varias veces al año. Con lo que parece que seguiremos tentando a la suerte. Eso sí, creo que al menos ya me conozco el horario de almuerzo de San Pedro y compañía. Así que os doy un consejo: Si vais a jugaros la vida que sea en festivo o en el momento de descanso de los de arriba, o los de abajo.
tema: Highway to hell
autor: AC/DC
disco: Highway to hell
año: 1979